EL HOGAR MEDIEVAL
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Las casas medievales eran muy diferentes de las actuales. Los campesinos pasaban la mayor parte del día fuera, por lo que las corrientes de aire y la escasa luz de las ventanas sin cristales no les molestaban. Para alumbrarse, pelaban un junco y lo mojaban en manteca, y eso ardía como una vela. Todo se mantenía lo más limpio posible: los suelos de tierra se solían desgastar a fuerza de barrerlos. La vida doméstica era mucho más en común que la actual, ya que las familias enteras comían, dormían y pasaban su tiempo libre juntas en su hogar de uno o dos cuartos. Las casas de los ricos eran mucho más complicadas. Hacia el siglo XIII, algunos nobles tenían un recinto privado para su familia: el aposento. Solaban sus habitaciones con baldosas adornadas y colgaban tapices en sus muros. Resultaba posible juzgar la categoría social de una casa mirando a sus ventanas. Los pobres sólo tenían huecos cubiertos de postigos de madera que se cerraban de noche o cuando hacía frío. La gente acomodada disponía de ventanas traslúcidas, de varillas cruzadas cubiertas de tela empapada en resina y sebo. Dejaban pasar la luz y evitaban las corrientes, y podían abrirse cuando llegaba el buen tiempo.
Apareció entonces una próspera clase mercantil que comenzó a construirse grandes casas señoriales en las ciudades y feudos rurales. Esta relativa calma mejoró las condiciones de vida de los siervos de la gleba, pero los problemas urbanos, agravados por la expansión demográfica de la baja edad media, mantuvieron en condiciones de miseria a la mayoría de sus habitantes. Hacia el final del medievo las casas señoriales evolucionaron hasta convertirse en palacios. Estas nuevas construcciones consistían en sofisticadas viviendas para la nobleza eclesiástica y mercantil, o para las familias gobernantes, que ocupaban un edificio entero y contenían estancias ceremoniales, aposentos para los señores y habitaciones para un gran número de sirvientes y cortesanos de todo tipo.
Tendencias evolutivas detectadas a partir de una información fragmentaria. A lo largo de este amplio periodo que abarca casi 800 años observamos dos tendencias de larga duración en tomo a la caracterización de la vivienda.
Entre una y otra, el punto de inflexión parece estar próximo al cambio de milenio.
A). Los datos que conocemos del periodo anterior al año 1000 presentan una relativa homogeneidad, cuyos rasgos visibles pueden formularse en los siguientes términos:
Empleo mayoritario de la piedra como material de construcción, extraída de las canteras locales o re aprovechada de edificios arruinados.
Uso de la madera reservado a las cubiertas y zonas altas de las viviendas Empleo de técnicas constructivas rudimentarias: muros de mampostería asentada en seco, materiales apenas desbastados y ausencia de cimentaciones.
Las divergencias más destacadas se observan en las plantas de las viviendas, donde se documentan tanto espacios unitarios y simples, como complejos y de difícil comprensión, al albergar estos últimos otros recintos trapezoidales o cuadrangulares, cubiertos o no y de dimensiones que pueden superar los 200 m2 o no llegar a los 50.
Esta variedad morfológica y la ausencia de patrones constructivos se explica por la existencia de dependencias especializadas en función de las distintas actividades productivas desarrolladas por sus habitantes, aunque salvo casos excepcionales no se ha podido establecer una relación precisa entre forma y función. Sólo la presencia de hogares, de bancos corridos adosados a las paredes o de elementos de tipo artesanal ofrece alguna pista. En este sentido es significativo, aunque no general, el hallazgo de prensas empleadas en la obtención de vino y aceite, de piedras circulares pertenecientes a molinos de mano, de residuos de resina para obtención de pez destinado, tal vez, a impermeabilizar odres o toneles de madera y de un horno de dimensiones considerables.
En el siglo X y en los siguientes se observa un conjunto de constantes que si en determinados aspectos continúan las características del periodo anterior, en otros modifican la imagen de la vivienda, lo que no es sino el reflejo de los cambios profundos que en los dos primeros siglos del II milenio experimentó la sociedad.
Entre las permanencias se ha de señalar el empleo de sistemas constructivos rudimentarios: piedras apenas desbastadas, muros irregulares e inestables, ausencia de zanjas de cimentación y de argamasa. La novedad más destacada es tal vez la simplificación de las plantas que, independientemente de su contextualización en una aldea de poblamiento agrupado o disperso, responden al modelo de la denominada casa elemental característica de amplias zonas de Europa Occidental en la Edad Media.
De dimensiones que raramente superaban los 50m2, organizaban el espacio interior en dos mitades: la delantera ocupando dos tercios de la planta dedicada a hogar y vivienda y la trasera a dormitorio y ocasionalmente a almacén; aunque los usos específicos están pendientes de confirmar empíricamente. Tanto la morfología como las dimensiones de las habitaciones, durante todo el periodo estudiado y en todas las comarcas, vinculan la casa con el asiento de familias conyugales.
Ninguno de los datos disponibles permite sostener la existencia de familias extensas cohabitando bajo el mismo techo, ni de una organización del hábitat en función de jerarquías de tipo gentilicio establecidas por criterios de parentesco y antigüedad, puesto que la homogeneidad de las edificaciones, sólo se ve rota por la presencia de la iglesia, el castillo o la casa torre, reflejo del dominio señorial, contrapuesto a sistemas sociales de base gentilicia. Delante de la casa se dispusieron otros recintos, definidos por cercados de piedra apenas amontonada, reservados para los animales. Esta delimitación de ámbitos, al favorecer el aprovechamiento económico de los recursos ganaderos, constituye un síntoma de la tendencia a imbricar en la explotación campesina la actividad agrícola y pecuaria, lo que a su vez es reflejo de la expansión productiva, motivada por la modificación de los sistemas de cultivo, cada vez más intensivos y necesitados de abonos orgánicos.
Se constata en determinados asentamientos un intento de economizar medios en las construcciones aprovechando afloramientos de la peña natural, creando así un tipo peculiar de vivienda extendido por áreas de montaña, relacionado -pese a que tradicionalmente se ha explicado por la dinámica de la reconquista y repoblación- con la expansión agrícola, espontánea, iniciada con anterioridad al siglo X por un campesino libre pero pobre que, como señaló P. BONASSIE (1993: 60), en su lucha contra el hambre, desbrozó el bosque, drenó las tierras húmedas, ocupó las marginales y preparó bancales para cultivo en las laderas.
El crecimiento económico creó a su vez la necesidad de almacenar la producción en espacios destinados a ese fin.
En la documentación escrita aparecen los horreos o las cellas; en la arqueológica los silos excavados en los suelos de las casas o en los alrededores. Muchos de ellos, de capacidad limitada, se amortizaron a lo largo del siglo XII, probablemente debido a que el triunfo y consolidación de la aristocracia señorial los haría innecesarios, puesto que fue esta clase la única beneficiaria de los cambios experimentados en los sistemas sociales de producción, al captar los excedentes productivos a través de la expansión de la renta feudal.
Los efectos del desarrollo productivo iniciado con anterioridad al año 1.000, cuyos resultados, como se ha visto, quedaron reflejados en la estructura de la vivienda, favorecieron la implantación del sistema feudal y provocaron otros cambios entre los que se destaca el renacimiento del mundo urbano y del mercado, que a su vez constituyó un estímulo a la economía rural. La participación de algunos campesinos en los circuitos económicos recién creados motivó su enriquecimiento y prosperidad, lo que se dejó sentir de nuevo en la casa que – A partir del siglo XIl- sufrió diversas transformaciones tendentes a mejorar las condiciones de habitabilidad, imitando modelos urbanos o señoriales.
En este sentido se observa la ampliación del espacio de las viviendas y el aumento del número de habitaciones utilizadas como taller, almacén, bodega, cocina, comedor, sala y dormitorio.
En ocasiones, la expansión fue tan expresiva que se efectúo sobre la antigua «casa elemental», al yuxtaponer al núcleo fundacional anexos especializados para el desarrollo de actividades específicas, cada vez más diversas y alejadas de la autosubsistencia.
También, incluso en núcleos de poblamiento disperso o no muy compacto se aprecia que los animales fueron alejados de las habitaciones de la familia, creando cobertizos, corrales y construcciones nuevas que podían estar organizadas en torno a un patio -como en Castilla-, estar separadas de las viviendas por una especie de hall que individualizaba nítidamente ambos espacios -como sucede en el manso B de Villosiu-, o ser exentas, con áreas vacías en su alrededor.
Apareció también la casa de pisos, que triunfó entre los campesinos enriquecidos, quienes reprodujeron algunos aspectos formales de las casas torres señoriales con el objeto de demostrar su prestigio social. Pese a ello no tuvieron carácter defensivo, ya que fueron tan sólo casas de labranza en las que los animales quedaron segregados al piso bajo, en tanto que en el primero se dispuso la sala, hogar y dormitorios. Los primeros testimonios peninsulares que conocemos, datado s a fines del siglo XIII y XIV, se refieren al ámbito mediterráneo. En Navarra se documenta en núcleos muy compactos, próximos a tipología de carácter urbano y en el área atlántica del País Vasco no hizo su aparición entre los campesinos hasta finales del siglo XV, de la mano del caserío.
Las técnicas, por otro lado, mejoraron. Se continuó utilizando piedra de procedencia local, pero se regularizó y ordenó en hiladas unidas con argamasa. Irrumpieron también en el paisaje nuevos materiales como la teja curva, las baldosas de arcilla cocida y los ladrillos, que se emplearon en todas las partes de la casa: suelos, paredes -rellenando entramado s de madera- y tejados. Estos materiales comenzaron a fabricarse en toda Europa a partir del siglo XIII momento del que ya existen referencias textuales a hornos de fabricación de ladrillos en las grandes ciudades castellanas o leonesas (M. C. CARLE, 1982). En la siguiente centuria su uso estaba ya muy extendido incluso en zonas consideradas marginales
Las condiciones de habitabilidad mejoraron también al construir fogones, hornos de pan, hogares adosados a las paredes que permitieron la apertura de chimeneas en los muros, alacenas, ventanas ... Incluso el mobiliario que, hasta la Baja Edad Media era muy reducido y poco variado, limitado a algunas ollas cerámicas destinadas a la cocción de alimentos, se diversificó: aparecieron entonces platos, jarras, escudillas, fuentes y una vajilla más completa destinada a cubrir un número mayor de usos.
Estos cambios que venimos comentando no se produjeron de forma lineal; en el proceso hubo retrocesos y fuertes impulsos y su incidencia no fue la misma en todas las comarcas ni en todos los grupos sociales, incluso entre individuos que gozaban del mismo estatus jurídico. A modo de ejemplo se puede recordar el hecho de que todavía avanzada la Edad Media perduraban costumbres atávicas, como la de enterrar a los niños en el suelo de las viviendas.
http://ecatectonico.blogspot.com/2009/01/el-hogar-medieval.html
Las casas medievales eran muy diferentes de las actuales. Los campesinos pasaban la mayor parte del día fuera, por lo que las corrientes de aire y la escasa luz de las ventanas sin cristales no les molestaban. Para alumbrarse, pelaban un junco y lo mojaban en manteca, y eso ardía como una vela. Todo se mantenía lo más limpio posible: los suelos de tierra se solían desgastar a fuerza de barrerlos. La vida doméstica era mucho más en común que la actual, ya que las familias enteras comían, dormían y pasaban su tiempo libre juntas en su hogar de uno o dos cuartos. Las casas de los ricos eran mucho más complicadas. Hacia el siglo XIII, algunos nobles tenían un recinto privado para su familia: el aposento. Solaban sus habitaciones con baldosas adornadas y colgaban tapices en sus muros. Resultaba posible juzgar la categoría social de una casa mirando a sus ventanas. Los pobres sólo tenían huecos cubiertos de postigos de madera que se cerraban de noche o cuando hacía frío. La gente acomodada disponía de ventanas traslúcidas, de varillas cruzadas cubiertas de tela empapada en resina y sebo. Dejaban pasar la luz y evitaban las corrientes, y podían abrirse cuando llegaba el buen tiempo.
Apareció entonces una próspera clase mercantil que comenzó a construirse grandes casas señoriales en las ciudades y feudos rurales. Esta relativa calma mejoró las condiciones de vida de los siervos de la gleba, pero los problemas urbanos, agravados por la expansión demográfica de la baja edad media, mantuvieron en condiciones de miseria a la mayoría de sus habitantes. Hacia el final del medievo las casas señoriales evolucionaron hasta convertirse en palacios. Estas nuevas construcciones consistían en sofisticadas viviendas para la nobleza eclesiástica y mercantil, o para las familias gobernantes, que ocupaban un edificio entero y contenían estancias ceremoniales, aposentos para los señores y habitaciones para un gran número de sirvientes y cortesanos de todo tipo.
Tendencias evolutivas detectadas a partir de una información fragmentaria. A lo largo de este amplio periodo que abarca casi 800 años observamos dos tendencias de larga duración en tomo a la caracterización de la vivienda.
Entre una y otra, el punto de inflexión parece estar próximo al cambio de milenio.
A). Los datos que conocemos del periodo anterior al año 1000 presentan una relativa homogeneidad, cuyos rasgos visibles pueden formularse en los siguientes términos:
Empleo mayoritario de la piedra como material de construcción, extraída de las canteras locales o re aprovechada de edificios arruinados.
Uso de la madera reservado a las cubiertas y zonas altas de las viviendas Empleo de técnicas constructivas rudimentarias: muros de mampostería asentada en seco, materiales apenas desbastados y ausencia de cimentaciones.
Las divergencias más destacadas se observan en las plantas de las viviendas, donde se documentan tanto espacios unitarios y simples, como complejos y de difícil comprensión, al albergar estos últimos otros recintos trapezoidales o cuadrangulares, cubiertos o no y de dimensiones que pueden superar los 200 m2 o no llegar a los 50.
Esta variedad morfológica y la ausencia de patrones constructivos se explica por la existencia de dependencias especializadas en función de las distintas actividades productivas desarrolladas por sus habitantes, aunque salvo casos excepcionales no se ha podido establecer una relación precisa entre forma y función. Sólo la presencia de hogares, de bancos corridos adosados a las paredes o de elementos de tipo artesanal ofrece alguna pista. En este sentido es significativo, aunque no general, el hallazgo de prensas empleadas en la obtención de vino y aceite, de piedras circulares pertenecientes a molinos de mano, de residuos de resina para obtención de pez destinado, tal vez, a impermeabilizar odres o toneles de madera y de un horno de dimensiones considerables.
En el siglo X y en los siguientes se observa un conjunto de constantes que si en determinados aspectos continúan las características del periodo anterior, en otros modifican la imagen de la vivienda, lo que no es sino el reflejo de los cambios profundos que en los dos primeros siglos del II milenio experimentó la sociedad.
Entre las permanencias se ha de señalar el empleo de sistemas constructivos rudimentarios: piedras apenas desbastadas, muros irregulares e inestables, ausencia de zanjas de cimentación y de argamasa. La novedad más destacada es tal vez la simplificación de las plantas que, independientemente de su contextualización en una aldea de poblamiento agrupado o disperso, responden al modelo de la denominada casa elemental característica de amplias zonas de Europa Occidental en la Edad Media.
De dimensiones que raramente superaban los 50m2, organizaban el espacio interior en dos mitades: la delantera ocupando dos tercios de la planta dedicada a hogar y vivienda y la trasera a dormitorio y ocasionalmente a almacén; aunque los usos específicos están pendientes de confirmar empíricamente. Tanto la morfología como las dimensiones de las habitaciones, durante todo el periodo estudiado y en todas las comarcas, vinculan la casa con el asiento de familias conyugales.
Ninguno de los datos disponibles permite sostener la existencia de familias extensas cohabitando bajo el mismo techo, ni de una organización del hábitat en función de jerarquías de tipo gentilicio establecidas por criterios de parentesco y antigüedad, puesto que la homogeneidad de las edificaciones, sólo se ve rota por la presencia de la iglesia, el castillo o la casa torre, reflejo del dominio señorial, contrapuesto a sistemas sociales de base gentilicia. Delante de la casa se dispusieron otros recintos, definidos por cercados de piedra apenas amontonada, reservados para los animales. Esta delimitación de ámbitos, al favorecer el aprovechamiento económico de los recursos ganaderos, constituye un síntoma de la tendencia a imbricar en la explotación campesina la actividad agrícola y pecuaria, lo que a su vez es reflejo de la expansión productiva, motivada por la modificación de los sistemas de cultivo, cada vez más intensivos y necesitados de abonos orgánicos.
Se constata en determinados asentamientos un intento de economizar medios en las construcciones aprovechando afloramientos de la peña natural, creando así un tipo peculiar de vivienda extendido por áreas de montaña, relacionado -pese a que tradicionalmente se ha explicado por la dinámica de la reconquista y repoblación- con la expansión agrícola, espontánea, iniciada con anterioridad al siglo X por un campesino libre pero pobre que, como señaló P. BONASSIE (1993: 60), en su lucha contra el hambre, desbrozó el bosque, drenó las tierras húmedas, ocupó las marginales y preparó bancales para cultivo en las laderas.
El crecimiento económico creó a su vez la necesidad de almacenar la producción en espacios destinados a ese fin.
En la documentación escrita aparecen los horreos o las cellas; en la arqueológica los silos excavados en los suelos de las casas o en los alrededores. Muchos de ellos, de capacidad limitada, se amortizaron a lo largo del siglo XII, probablemente debido a que el triunfo y consolidación de la aristocracia señorial los haría innecesarios, puesto que fue esta clase la única beneficiaria de los cambios experimentados en los sistemas sociales de producción, al captar los excedentes productivos a través de la expansión de la renta feudal.
Los efectos del desarrollo productivo iniciado con anterioridad al año 1.000, cuyos resultados, como se ha visto, quedaron reflejados en la estructura de la vivienda, favorecieron la implantación del sistema feudal y provocaron otros cambios entre los que se destaca el renacimiento del mundo urbano y del mercado, que a su vez constituyó un estímulo a la economía rural. La participación de algunos campesinos en los circuitos económicos recién creados motivó su enriquecimiento y prosperidad, lo que se dejó sentir de nuevo en la casa que – A partir del siglo XIl- sufrió diversas transformaciones tendentes a mejorar las condiciones de habitabilidad, imitando modelos urbanos o señoriales.
En este sentido se observa la ampliación del espacio de las viviendas y el aumento del número de habitaciones utilizadas como taller, almacén, bodega, cocina, comedor, sala y dormitorio.
En ocasiones, la expansión fue tan expresiva que se efectúo sobre la antigua «casa elemental», al yuxtaponer al núcleo fundacional anexos especializados para el desarrollo de actividades específicas, cada vez más diversas y alejadas de la autosubsistencia.
También, incluso en núcleos de poblamiento disperso o no muy compacto se aprecia que los animales fueron alejados de las habitaciones de la familia, creando cobertizos, corrales y construcciones nuevas que podían estar organizadas en torno a un patio -como en Castilla-, estar separadas de las viviendas por una especie de hall que individualizaba nítidamente ambos espacios -como sucede en el manso B de Villosiu-, o ser exentas, con áreas vacías en su alrededor.
Apareció también la casa de pisos, que triunfó entre los campesinos enriquecidos, quienes reprodujeron algunos aspectos formales de las casas torres señoriales con el objeto de demostrar su prestigio social. Pese a ello no tuvieron carácter defensivo, ya que fueron tan sólo casas de labranza en las que los animales quedaron segregados al piso bajo, en tanto que en el primero se dispuso la sala, hogar y dormitorios. Los primeros testimonios peninsulares que conocemos, datado s a fines del siglo XIII y XIV, se refieren al ámbito mediterráneo. En Navarra se documenta en núcleos muy compactos, próximos a tipología de carácter urbano y en el área atlántica del País Vasco no hizo su aparición entre los campesinos hasta finales del siglo XV, de la mano del caserío.
Las técnicas, por otro lado, mejoraron. Se continuó utilizando piedra de procedencia local, pero se regularizó y ordenó en hiladas unidas con argamasa. Irrumpieron también en el paisaje nuevos materiales como la teja curva, las baldosas de arcilla cocida y los ladrillos, que se emplearon en todas las partes de la casa: suelos, paredes -rellenando entramado s de madera- y tejados. Estos materiales comenzaron a fabricarse en toda Europa a partir del siglo XIII momento del que ya existen referencias textuales a hornos de fabricación de ladrillos en las grandes ciudades castellanas o leonesas (M. C. CARLE, 1982). En la siguiente centuria su uso estaba ya muy extendido incluso en zonas consideradas marginales
Las condiciones de habitabilidad mejoraron también al construir fogones, hornos de pan, hogares adosados a las paredes que permitieron la apertura de chimeneas en los muros, alacenas, ventanas ... Incluso el mobiliario que, hasta la Baja Edad Media era muy reducido y poco variado, limitado a algunas ollas cerámicas destinadas a la cocción de alimentos, se diversificó: aparecieron entonces platos, jarras, escudillas, fuentes y una vajilla más completa destinada a cubrir un número mayor de usos.
Estos cambios que venimos comentando no se produjeron de forma lineal; en el proceso hubo retrocesos y fuertes impulsos y su incidencia no fue la misma en todas las comarcas ni en todos los grupos sociales, incluso entre individuos que gozaban del mismo estatus jurídico. A modo de ejemplo se puede recordar el hecho de que todavía avanzada la Edad Media perduraban costumbres atávicas, como la de enterrar a los niños en el suelo de las viviendas.
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