Retrarto de madame Récamier
Jaques-Louis David, 1800
El Neoclasicismo abarca desde finales de la Revolución francesa (1789) hasta la boda de Fernando VII y María Cristina, en 1829, ya que entonces empezaría a llevarse las nuevas modas importadas, de nuevo, de Francia llegando de esta forma el Romanticismo.
El gran cambio se debió, principalmente, a la influencia inglesa, ya que usaban ropas cómodas y prácticas, más acordes con la vida al aire libre, y menos influenciadas por la Corte que las vestiduras francesas. En la moda masculina, esto se traduce en la sustitución del traje cortesano o “traje a la francesa” -confeccionado con ricos tejidos de seda muy bordados y formado por Casaca, Chupa y Calzón- por el traje burgués, compuesto por las mismas prendas, pero más sencillas y elaboradas con tejidos menos ricos, que permitían más libertad de movimiento y reflejaban menos las desigualdades sociales. Y, aunque en la corte los trajes todavía fueran de seda y bordados, para la vida diaria se prefieren cada vez más sencillos, siguiendo la simplicidad y funcionalidad inglesa, con el colorido monocromo y oscuro y en tejidos más sobrios y de algodón o lana, en lugar de seda.
En la moda femenina, mirando hacia atrás, nos damos cuenta de lo revolucionario que fue este hecho, porque durante siglos las mujeres habían llevado el torso comprimido por corsés (cuerpos con ballenas) que en España se llamaron cotillas y las piernas disimuladas por artilugios que ahuecaban las faldas (primero verdugados, luego guardainfantes y, por último, tontillos). Por primera vez en muchos años, el cuerpo de las mujeres estuvo libre de trabas, y se dio paso a unos tejidos extremadamente finos y delicados, como las finas muselinas, que permitían algo más que adivinar los contornos del cuerpo femenino y al no llevar artilugios interiores, le aportaba sencillez y libertad de movimientos.
El color blanco y los grises, en las mujeres, imponían una exhibición de austeridad y elegancia racional, heredada de la Cultura Clásica. Este tipo de vestido presentaba una silueta vertical, como una columna en la que los pliegues son las aristas, y evoca a las estatuas clásicas.
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